Mi amado hijo.
Hace 16 años que llegaste al mundo.
Lo recuerdo como si fuera hoy.
Te esperaba con ansiedad y un profundo amor y un profundo respeto por ti.
Eras y has sido un alma fuerte. Te he sentido siempre crecido. Un alma superior.
Hoy que celebras tu cumpleaños sin mí, por segunda vez, quiero recordarte que la distancia no hace distinta nuestra relación. Que no existe en el mundo –en mí- un amor más grande que el que siento por ti. Tampoco existe una madre más orgullosa y más esperanzada. Son ya las 11:50 minutos del día 15. He sentido ganas de llorar desde que me di cuenta de que estoy celebrando tu cumpleaños. Compré un churrasco y lo hice. Hice alitas picantes al horno… y entonces me dije: ¿para quién cocino? Y me respondí: “para mi hijo”. Por supuesto, mientras cocino y te extraño me estoy tomando una presidente light.
Estás aquí, dentro de mí. Te amo y te abrazo en mi interior como si todavía te portara. Como si nadie nunca pudiera separarnos, como si nuestro amor, inmenso, fuera una bendición eterna de Dios y del universo. Que seas mi hijo no es ninguna casualidad. Que yo sea tu madre, tampoco. Fuimos hechos para aprender el uno del otro. Me has enseñado mucho. Espero seguir intentando enseñarte a ti. Que te levantes de la tierra, si sientes que puedes cometer mis errores. Que te levantes de ti mismo si te caes en lugares que ni tu padre ni yo hemos caído. Que seas siempre un ser de luz, y que las sombras, si te tocan, solo sirvan para hacerte más lúcido, más tolerante y más solidario.
Amo en ti todo lo que eres, toda tu capacidad de asombro, toda tu capacidad de amar y sacrificarte por lo que amas.
Mami.
viernes, 16 de mayo de 2008
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