miércoles, 14 de octubre de 2009

Carta No. 1 (La despedida)




Querido Ian:

Mi amado hijo. Apenas han pasado un par de horas desde que el monstruo de hierro, otrora infalible, te llevó de mi lado.
Me porté como una mujercita y en vez de despedirte como una magdalena –hecha llanto-, te despedí como una hetaira.
O sea, hecha sonrisa.
Es que tú me enseñaste una lección. Y, la asimilé en doble vía. Me dijiste, si hemos decidido mi partida juntos hace dos años, porque hay que hacer un show.
Y te concedí la razón. Aprendí ó asimilé una verdad muchas veces hecha predicado y muy pocas veces hecha acción verbal. Es cierto que una y uno y todos tenemos que respetar el resultado de nuestros sueños o de nuestras decisiones.
En este caso, el tuyo es el primero. Ha sido tu sueño pasar parte de tu viaje por este mundo acompañado de tu papá. Tienes sobrada razón en tu deseo de explorarlo, conocerlo y amarlo más a través de la realidad que de la nostalgia.
Alguien dijo: Padre aquí está tu hijo. Hijo aquí está tu padre.
Ha sido mi decisión respetar tu deseo, aún a costa del sacrificio que significa para una madre separarse de su vástago.
Te confieso que no podía hacer otra cosa, quien, como yo, se ha pasado la vida siendo más razón que corazón. No porque sea insensible, sino porque estoy segura que si no le diera parte a la racionalidad en la cotidianidad de mis días, hubiera muerto, ya, hace mucho de un suicidio emocional involuntario.
Por esa razón mantuve mi palabra y te dejé marchar. Y, quiero confesarte que mi sonrisa, aunque desde el dolor y la nostalgia me pueda lucir falsa, era y es verdadera.
Me siento satisfecha conmigo porque al dejarte ir y al irte tú estamos dando, los dos, una muestra de la gran fortaleza de nuestros espíritus.
Hubiera sido más fácil quedarte aquí. Seguir cogiendo a mi lado la pela de ir a tantos lugares que no te importan y de estar con gente a la que quieres, pero a la que no siempre quieres ver.
Hubiera sido más fácil seguir a mi lado. Consentido hasta lo último. Sin deslindamiento de lo que te tocaba o no. De tu verdadero tiempo para cada cosa y para cada caso u ocaso.
Fui valiente y fuiste valiente, pues ninguno de los dos nos hubiéramos perdonado menos de ahí. Tú no esperabas menos de ahí de mí y, yo mucho menos, de ti.
Hemos estado jugando a la vida. Hemos introducido cambios inesperados en nuestro sistema predecible de vida. Nos hemos arriesgado a la carambola. Solo nos toca… jugar, o sea vivir y continuar con la fe de que ganaremos.